Los rituales con velas y la ética

Ya seamos practicantes de una u otra confesión, o sencillamente agnósticos creyentes en las fuerzas ocultas de la naturaleza, cuando encendemos una vela abrimos la puerta a una de las energías más antiguas, y a la vez más desconocidas, que podemos recordar; por ese motivo debemos ser cautos y respetuosos.
Existe una controversia sobre la idoneidad de encender velas para hacer favores a un tercero. Es normal que la abuela pida por el examen o el trabajo de sus nietos, o la madre por el feliz alumbramiento de su hija, o incluso el socio por la fortuna en el negocio, etc. Pero hay quien opina que no debe encenderse una vela sin el consentimiento expreso del posible beneficiario, porque lo que puede parecer bueno o malo para un simple ojo humano, con el tiempo tendrá la explicación que determina el Universo. Puede ocurrir que el que quiere invocar el poder de las velas no conozca los reales deseos y necesidades de aquél al que quiere ver bendecido.
Siguiendo el viejo axioma de “no quieras para los demás lo que no quieras para ti”, deberíamos frenar inmediatamente el impulso, a veces tan humano, de querer devolver mal por mal. La cobardía, la ignorancia o la mediocridad son las únicas causas que justifican el uso de las velas con intenciones aviesas, y desde aquí lo desaconsejamos contundentemente. Por si acaso nuestra sugerencia resultara insuficiente, podemos decir que en los textos consultados hay referencias a que las desgracias mágicamente invocadas para otros vuelven triplicadas para el invocante.