El fuego como contribución al progreso de las civilizaciones

Desde Egipto hasta China, desde México hasta Pompeya, la historia de la humanidad no puede concebirse sin el concurso del fuego para cocinar el alimento, para procurar calor, para la creación de herramientas y para desafiar la oscuridad. A pesar de que éstas sean sus funciones más evidentes, nunca ni en ninguna parte se han soslayado sus atributos simbólicos, su trascendencia más allá del uso inmediato.
Hay quien afirma que entre los Siglos XIII y XIV a. C., se inventó la vela en Egipto, justificándolo en virtud de la interpretación de frescos de la época. Podemos entender que los enigmáticos y fascinantes constructores de las pirámides se esforzaron por encontrar un método de iluminación eficaz para acceder a las criptas de las mismas. Pero no nos conformamos con conjeturas y aunque no podemos hablar de certezas la respuesta de los expertos parece contradecir tal hipótesis. Gracias a las investigaciones de Lucas recogidas por Margaret Serpico y Raymond White sabemos que los egipcios creían en el extraordinario poder de la cera de  las abejas. Su capacidad de inflamarse estaba ligada a dominios mágicos y por eso con ella recreaban figuras de animales, de personas y de divinidades. Según varios especialistas, los antiguos egipcios usaban la cera como adhesivo, como sellador, como barniz, como base para moldes, como aislante e incluso como elemento cosmético. Pero por mucho que hemos investigado no hemos encontrado ninguna prueba palpable de que efectivamente las velas existieran durante la hegemonía de la cultura egipcia. Lo que sí hemos constatado a través de las informaciones facilitadas por el Sr. Gonzálvez del Museo Egipcio de Barcelona es que el prestigioso Griffith Institute de Oxford conserva en sus catálogos fotografías de fibras de tejido retorcidas para ser usadas como mechas, sumergiendo un extremo en aceite o grasa dentro de un cuenco u objeto cóncavo, como recoge en su libro Gillian Easwod, Cerny, incluso Nicholson y Shaw. También podemos consultar textos acreditados donde aparecen ilustraciones de soportes de lámparas y antorchas con la forma de los signos ankh colocados en bases de madera barnizada de negro. La egiptología, si bien no puede dar cuenta de la existencia de velas, sí que debe a éstas algunos de sus momentos estelares, pues en la época de relevantes investigadores como Howard Carter, se servían de velas para entrar en las profundidades físicas del legado de la Gran Civilización del Nilo. La tumba de Tutankamón tal vez no fue elevada bajo la luz de las velas, pero sí descubierta.
Sobre las culturas antiguas de más allá del Océano, la Dra. Natalia Moragas, colaboradora del Museo precolombino Barbier Mueller, nos informa de la trascendencia del fuego en la cultura precolombina, pero afirma no poder confirmar la existencia de velas. Se conservan recipientes cerámicos “contenedores de fuego”; se han hallado restos de fibras trenzadas a modo de mechas e incluso se presupone la existencia de teas. La vida cotidiana se regía por el ciclo solar y la iluminación nocturna podría derivarse de los braseros y los anafres, cuya función primordial era proveer de calor las estancias.
Hemos leído textos que, sin embargo, no dudan en atribuir a los Etruscos el invento de las velas, a las que llamaban “cebaceus”, “cereus fanalis” o “cereus”. Se dice que se fabricaban con el sebo animal y con una sustancia resinosa, frágil y de color pardo amarillento llamada pez. Las mechas primeras eran de junco, estopa o papiro. Su falta de elaboración las hacía mucho menos eficaces que las de hoy en día; éstas tienen estudiado no sólo el material que las compone sino también su disposición. Que la mecha sea de algodón y que esté tejida de una forma determinada garantiza la continuidad y fiabilidad de la llama.
Según diversos especialistas, la fabricación de velas se desarrolló de manera independiente en latitudes muy distintas del planeta. En un exhaustivo estudio realizado sobre las velas y su participación ritual, Patricia Telesco afirma con rotundidad que las velas más tempranas se elaboraron en China con grasa de ballena durante la Dinastia Qi, doscientos años antes de Cristo. Tanto en este país como en Japón se usaban velas de cera envueltas en papel. En China durante el modo Sung se escribió el Dai Kanwa Jitem, donde se describe cómo el uso de una vela graduada y cinco inciensos eran testigos del transcurso de la noche y resultaban ser un reloj en la oscuridad. Los farolillos no son únicamente un modo de iluminación, sino que conforman su propio lenguaje informando a quien esté avezado de distintas circunstancias.  Por ejemplo, el farolillo rojo del emperador frente al hogar de una determinada concubina anunciaba la presencia de éste y la orden de no ser molestados.
En la India se obtenía una mezcla de cera con canela hirviendo que una vez solidificada  se usaba en los templos. Es especialmente bello el ritual  hinduista que, guiado por un brahmán, consiste en depositar sobre los ríos sagrados una vela sobre una hoja como maravillosa metáfora de la fluidez. También se han encontrado vestigios que indicarían su uso por parte de los indígenas del Pacífico, pero a partir del uso de un tipo de pez que por su composición, grasa y aspecto es llamado “candlefish”, pero más apropiadamente llamado euclachon. Una vez seco, este pez insertado en un palito conservaba la llama hasta consumirse. En el Tibet usaban la grasa de los Yaks para alimentar las lamparillas.
Algunos historiadores afirman que el origen del uso del cirio hay que buscarlo en la ley Judaica, que ya lo utilizaba en los templos de Jerusalén como señal de devoción. Es indiscutible la importancia de las velas en la tradición judía, hasta el punto de que los candelabros de siete brazos –Menorá- aparecen en su bandera. Los candelabros de nueve brazos –Janunquiá- son los propios de la fiesta de Janucá y exigen un encendido ritualizado a realizar con sumo cuidado y concentración. Según un precepto básico de la fe judía, las mujeres deben “iluminar el hogar judío encendiendo las velasde Shabatantes de la puesta del Sol (…) Una sola vela ilumina lo que está oculto por la oscuridad. Cuando enciende las velas de Shabat una mujer revela la energía Divina presente en su alma, hogar, y en toda la Creación”. Un menorá sostenía lamparillas de aceite tal como se describe en la Biblia, en el Éxodo 25:31-40:

 

 

»Haz también un candelabro de oro puro labrado a martillo. Su base, tronco, copas, cálices y pétalos formarán una sola pieza, y de los costados le saldrán seis brazos, tres de un lado y tres del otro (...) Hazle también siete lámparas, y colócalas de tal modo que alumbren hacia el frente, y que sus tenazas y platillos sean también de oro puro. Usa treinta y tres kilos de oro puro para hacer el candelabro y todos sus utensilios, y pon tu atención en hacerlos iguales a los modelos que se te mostraron en el monte.