"Los grandes son como el fuego, al que conviene no acercarse mucho ni alejarse de él" (Diógenes)

Porque no sólo de Europa y Asia está hecha la cultura fundacional de la humanidad. Recogemos unas breves referencias a la perspectiva precolombina que confirma la ubicuidad de la hegemonía de la luz como elemento generador. El Popol-Vuh, o Libro del Consejo o Libro de la Comunidad de los Indios Quichés mejicanos hace referencia a la Luz originada a través del relámpago. Según consta en el famoso Códice Mendoza y confirman investigadores actuales, en todos los pueblos de Mesoamérica se realizaba la ceremonia de Fuego Nuevo que consistía en quemar los iconos y otros elementos votivos para posteriormente  reconstruirlos a modo de renovación. Su coincidencia con un fenómeno astronómico hacía que se realizase cada 52 años y en algunos casos con mayor frecuencia. Las evidencias más antiguas se remontan a la época del esplendor de Teotihuacan (siglo III después de Cristo), pero es probable que fuera practicada ya desde tiempos olmecas (milenio II antes de Cristo). También el Códice Florentino, escrito por Fray Bernardino de Sahagún, que trabajó por conocer las raíces de la lengua y cultura Nahuas, nos da cuenta de la existencia del dios de Fuego o Xiuhtecutli o Iscaçauhqui al que se le ofrecían sacrificios humanos extrayéndolos de las llamas para extirparles el corazón, antes de que se consumieran en su totalidad.

En el famoso “Libro de san Cipriano” también llamado "Tratado completo de la verdadera Magia", escrito por el monje alemán Jonás Sufurino y retomado por Papus, se habla del fuego hasta en doce ocasiones para señalar una prueba clara de su simbolismo mágico. Los ejemplos de textos que hacen del fuego un protagonista destructor y a la vez creador son demasiado abundantes. Por ellos mismos merecerían un artículo específico.