Vela se escribe con V de Vida

El escritor cubano José Martí dijo una vez: “La sencillez es grandeza”. Son éstas dos magníficas cualidades que  definen las velas. Hoy, como hace cientos de años, y como probablemente en el futuro, las velas iluminan nuestros rostros, nuestros sueños, nuestras esperanzas, los momentos más cruciales de nuestra vida. Esos cilindros de combustible sólido, atravesado por una mecha o pábilo, son mucho más que un sistema ancestral de iluminación, son una proyección de la vida. Una vida multidimensional porque ilumina físicamente los objetos materiales que se encuentran a su alrededor y porque las candelas iluminan también aspectos internos que buscan forjarse con la energía universal. Esos sencillos medios de recreación del fuego permanecen, casi invariables, a lo largo de las eras y de las barreras geográficas. Desde los primeros humanos que vieron sorprendidos que las grasas animales o sebos tenían la propiedad de alimentar las llamas, hasta las velas ritualizadas y multicolores de hoy, han pasado muchas, muchas cosas. Las velas han sabido mantenerse al servicio del hombre y de sus sueños, conservando su esencia, desafiando al tiempo y al espacio.

“No tengo gato, ni perro, ni velas en ese entierro”

En las casas de ricos y pobres, de religiosos fervientes y de paganos orgullosos, en reuniones de gran calado social y de máxima intimidad, las velas tienen su lugar garantizado, a veces como cómplices, otras como protagonistas. Un amor nace bajo la tenue luz de las candelas. Cada aniversario llega a su culmen al soplar las velas que representan la edad alcanzada. En la tradición cristiana se consagra el matrimonio junto a un enorme velón, su fruto encarnado se bautiza entre cirios blancos, la Comunión tiene como testigo otros cirios, las esperanzas a lo largo de la vida se potencian en los altares, una vela a san Antonio propicia un nuevo amor y una ristra de velas acompañan como testigos mudos los últimos instantes de los muertos, que no en vano se llaman velatorios. Estar en vela no es estar solo, sino desafiar a la noche, es estar despierto en compañía de estos fieles testigos de nuestro transitar. En principio “velar” es la acción de mantenerse despierto y provendría del latín “vigilare”, y de allí la función dio nombre al objeto. En el acto de velar hay un cuidado extremo, sea a un enfermo, a un difunto, a una tarea que requiera prolongar la jornada o proteger lo propio de un posible enemigo.  Según el diccionario etimológico de Ferrater Mora, los dos términos -vela y candela- se recogen por primera vez como tales en castellano escrito en 1140. Y si bien el primer vocablo –vela- hace referencia a la función que realiza, que es permanecer vigilante, el segundo -candela, que proviene del latín candere (arder)- hace referencia a cómo hace esa función.