Historia del fuego y de las velas

No tenemos testimonios de cómo fue el primer contacto del ser humano con el fuego, se cree que se descubrió a partir de un rayo que fulminó un árbol y que la descarga energética y calorífica encontró en la madera el combustible suficiente para perdurar. Podemos recrear en la imaginación a esos primeros hombres que se aproximaban y alejaban en función de la curiosidad y del calor. No debieron ser pocos los accidentes que sufrieron los pioneros en el uso intencionado del fuego. En una datación aproximada se habla del descubrimiento del Fuego en el Paleolítico alrededor del 600.000 a.C.
Para algunos antropólogos, el hecho de que los humanos fueran capaces de aliarse con el fuego y doblegarlo para su uso es lo que determina nuestra superioridad tecnológica y racional frente a otras especies. El resto de animales deben limitarse a huir  o, como mucho, mantenerse a una distancia prudencial. El ser humano primitivo aprendió a aprovechar el fuego para cocinar, para calentarse, para fabricar herramientas, para ahuyentar depredadores y para, obviamente, ver en la oscuridad. En las cuevas donde se protegían y donde realizaban las pinturas rupestres como invocación de una buena caza se iluminaban probablemente con tuétanos y  palos de madera como la del cedro. Encontrar el equilibrio entre el respeto a las llamas destructoras y la optimización de sus propiedades es una de las claves de nuestra civilización. En los albores de la humanidad y entre la tribus más primitivas, el fuego sólo pueden albergarlo personas sabias y juiciosas. El secreto del fuego dota a quien lo posee de un poder extraordinario muy por encima del resto de miembros de la comunidad. Es allí donde empezó la asociación entre fuego y poder, porque el fuego crea y destruye, avanza y retrocede, transforma y modifica.  (Figura 1 Fragmento Códice Mendocino de 1540. Explica mitología mexica. Actualmente en Biblioteca Bodleina de Oxford. Página 8r).
Hubo que esperar, supuestamente, al paleolítico superior para encontrar los primeros vestigios de las lámparas de aceite (50.000 a.C.).
La madera es un combustible de consumo rápido y difícilmente transportable. El sebo de los animales y otras grasas solventan en parte esos inconvenientes pero generan mal olor, afectan a la respiración y producen un humo negro que deteriora los espacios cerrados. Los aceites vegetales se contenían en rudimentarios candiles. Los precursores de estos receptáculos eran conchas, huesos y piedras cóncavas. Con el pasar del tiempo y el avance de las tecnologías éstos se han ido sofisticando; hoy se conservan bellos ejemplares en cerámica o terracota, en metal, en piedra tallada, etc. Para preservar las llamas de los envites del viento se crearon los faroles, que con su pantalla de pergamino o de vesícula animal conseguían una luz  atenuada pero constante, incluso en los desplazamientos. Las antorchas se elaboraban trenzando entre sí mechas vegetales cubiertas bien de sebo, bien de cera, y emplazándolas sobre un mango metálico que con un amplio soporte circular evitaba que los restos quemaran la  mano del porteador.