La Edad Media: la luz en la Oscuridad

En un salto cronológico, tenemos que alcanzar la Edad Media para encontrar las primeras velas tales como las conocemos hoy. Se trataba de las llamadas bujías, largas y delgadas, y se fabricaban mediante la repetida inmersión de una mecha en cera o grasa líquidas, esperando entre capa y capa su endurecimiento, al enfriarse en contacto con el aire. Fuere como fuere, las primeras velas, como actualmente las conocemos, se fabricaban de forma muy simple con pura cera de abeja y eran totalmente amarillas puesto que no se conocían procedimientos para blanquear la cera virgen.
Si hemos concluido la referencia al mundo clásico hablando de un rey, seguimos el recorrido por la edad media haciendo referencia a otro monarca. Alfredo el Grande, valorado regente inglés nacido en 849, usaba las velas como unidades de medida. Según cuenta Eva Tappan, señalaban las velas en seis porciones idénticas; cuando cuatro de éstas se habían consumido podía saberse que había pasado un día entero.  William de Malmesbury cuenta que en realidad el rey Alfredo dividía su jornada (y la vela que le servía de orientación) en tres partes. Una sección de 8 horas le servía para orar, otra para atender los asuntos de palacio y la tercera para descansar.
Existía una tradición llamada el Carnaval Romano, bellamente recogida por el célebre escritor Goethe, en el que las personas, en una sana algarabía, se traspasaban unas a otras la llama de sus velas hasta acabar creando un maravilloso espectáculo de luz.

 

“La ausencia disminuye las pequeñas pasiones y aumenta las grandes, lo mismo que el viento apaga las velas y aviva las hogueras”, François de La Rochefoucauld.

 

Lo que está claro es que su apogeo como elemento ritual se debió a los cristianos y a los celtas. Resulta muy llamativo que mientras el vulgo se iluminaba con candelas fabricadas con sebo, el Clero disfrutaba de velas hechas con cera de abeja. Aunque existe una controversia sobre si las velas formaron parte o no de la liturgia de los primeros cristianos, por un lado éstos debían mantenerse escondidos en oscuras catacumbas y, por otro lado, cierto sector de la Curia las consideraba un vestigio de los cultos paganos de las Saturnales.

Como ya hemos dicho, las velas -y en especial las de cera de abeja- han sido muy apreciadas en las iglesias. Hay quien dice que las abejas son seres provenientes del paraíso terrenal y referentes de sabiduría. El día dos de febrero se celebra La Fiesta de la Purificación de la Virgen, llamada también fiesta de las candelas o de la Candelaria. Esta fiesta se consideraba el rito de cierre de la Navidad, día en que debía recogerse el pesebre, pero además nos da pistas de nuevo sobre la existencia de velas en la cultura judía. Se conmemora la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén y la Purificación de su Madre según un rito obligatorio para las madres que acababan la cuarentena. En la tradición judía, éstas debían ofrecer candelas de cera y hacerlas bendecir. Hay quien justifica la festividad como una herencia de las Parentalia, que consistía enunaprocesión de pequeñas velas bendecidas (cerea ascensa) que hacían los romanos, vestidos de negro, hacia los cementerios para guiar las ánimas de los difuntos.Con la secularización, en los países de influencia católica esta fiesta ha perdido fuelle, pero es muy considerada dentro de la tradición Bizantina. Instaurada la conmemoración en el año 496 por el Papa Gelasio, las velas bendecidas el segundo día de febrero parecen más capaces de proteger a los fieles de graves tormentas, epidemias, duros trabajos y otros infortunios. En otras latitudes, pero siempre dentro de la esfera del cristianismo, en el día de los muertos las velas ocupan un lugar preeminente. Existen muchas tradiciones ligadas a la uso de las velas pero vamos a destacar dos que tienen una vigencia extraordinaria y una capacidad emotiva muy especiales. Por un lado está la impáctate Festividad del 2 de Noviembre en México. En una única fecha se reúnen dos celebraciones prehispánicas que se solapan con el Día de los Fieles Difuntos y el de Todos los Santos. En esta celebración, declarada por la UNESCO patrimonio Cultural inmaterial de la Humanidad, sirve para afrontar la muerte de una manera muy particular. En ese día los actos y los rituales permiten el llamado de las almas de los difuntos no se sabe si para soportar su pérdida o para garantizar su amparo. Entre otras ofrendas más folklóricas, más comunes o más personalizadas destaca una docena de cirios:

 

Doce cirios: Aunque pueden ser menos, tienen que ser en pares, y preferiblemente de color morado, con coronas y flores de cera. Los cirios, sobre todo si son morados, son señal de duelo. Los cuatro cirios en cruz representan los cuatro puntos cardinales, de manera que el ánima pueda orientarse hasta encontrar su camino y su casa aparte de agua y sal.

 

Resulta impresionante la imagen de distintas generaciones compartiendo el campo santo, los niños correteando o escuchando las historias que sus padres y abuelos explican sobre los antepasados cuyos cuerpos descansan bajo las lápidas. Las velas grandes responden a personas allegadas y otras velas más pequeñas se encienden en honor a las almas olvidadas. Las velas son la compañía de una larga noche en que la memoria difumina las fronteras entre la vida y la muerte.

Insistimos en la importancia del rigor en el uso de los materiales que garantizan la calidad de una vela; ya en el siglo XIV en Francia se constituyó una corporación específica que velaba por el buen uso de los combustibles para hacer velas o lamparillas. En aquellos tiempos también se detectaron falsificaciones que podían dar lugar a terribles consecuencias. Según documentos del país vecino, era obligatorio el pago de un impuesto especial para los fabricantes de velas, lo que resulta muy sintomático de su gran importancia comercial. Fabricar velas era entonces un negocio ligado sin duda a la prosperidad porque resultaban imprescindibles más allá de los usos que se les da hoy en día. Una profesión muy curiosa era la del despabilador de velas, alguien joven y ágil que cortaba la mecha de las mismas optimizando así el combustible de las velas de grasa animal en los espectáculos nocturnos. El cambio de las viejas velas de sebo por otras de cera eliminó la necesidad del “despabilador”. El despabilador era una persona que con un instrumento al uso se encargaba de garantizar que la luz uniforme de las velas nunca faltara por la intervención sobre la mecha. En una novela de Ortega y Espinós se puede leer el procedimiento que utilizaba: “Con la punta del instrumento despabilador, inclinó la torcida hacia una parte, en seguida cortó el pabilo, y luego enderezó otra vez la torcida”.
Otras crónicas indican que existían “candeleros” itinerantes que recorrían los pueblos y, aprovechando las grasas sobrantes, las reciclaban para que las familias pudieran tener manera de iluminarse. La tarea de estos “candeleros” queda registrada sobretodo en Francia e Inglaterra y sería propia del siglo XIII.
En 1330 se fundó en Londres la Compañía de las velas de cera, años después de que se fundara la compañía de velas de sebo principalmente originario de las ovejas. Mucho menos agradables estas últimas, eran sin embargo más abundantes, aunque menos apreciadas.
En la historia de las velas y como ejemplo de su importancia, cabe destacar en la Francia del siglo XIV la existencia de un gremio de candeleros-cereros-aceiteros que tenían como patrón a San Nicolás. Entre las tareas propias del oficio, se describe la necesidad de destilar la grasa y la cera, cortar y alinear las mechas -habitualmente de algodón-, disponerlas sobre un bastón y sumergirlas repetidamente en la sustancia fundida hasta que adquirían el peso y la medida convenientes. La reglamentación que seguía tal corporación era muy estricta para evitar las falsificaciones. Estaba prohibidísimo mezclar la cera nueva con la vieja, el sebo de cordero con el de vaca o usar más estopa que algodón en las mechas.
En el ocaso de la era moderna y tras el Descubrimiento del Nuevo Mundo, son numerosos los documentos en los que se recoge el número de cirios y velas transportados al continente americano. Su uso tanto en las travesías navales como en su estancia en aquellas maravillosas tierras era muy útil a los españoles.