La mitología de la luz

No hay cosmología y cosmogonía en el mundo que no haga referencia al fuego y a su indiscutible presencia primigenia. Generador de todo y destructor, base principal de los opuestos, elemento necesario de la creación, las llamas son el principio. En algunas ocasiones son también el fin. Sólo tenemos que pensar en el infierno, el escenario dantesco del sufrimiento de las almas impuras para recordar que el fuego tiene muchas dimensiones. Pero centrémonos en el fuego como fuente de luz y en la luz proveniente del fuego incandescente del sol, que tienen en las velas sus humildes pero muy valiosas imitadoras. Vamos a repasar algunos textos sagrados y algunos mitos fundacionales que recrean el origen de cómo llegamos al mundo y cómo nos relacionamos con el universo.
El fuego, el aire, la tierra y el agua se unen en las ceremonias hindúes en las que los brahmanes dirigen rituales con velas que viajan sobre las aguas sagradas de los ríos, desde las orillas de la tierra de los lugares santos, consumiendo el aire con la fuerza del fuego.

En la Biblia, en el mismo Génesis se da cuenta en los primeros versículos de la importancia primigenia de la luz: 

 

3 Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. 4 Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; 5 y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero.

 

 

Pero no sólo en el libro primigenio de cristianos y judíos se habla de la importancia de la luz; también en el capítulo segundo titulado “Mundo ilusión y muerte” del Bhagavad Gita se puede leer:

 

“En lo más profundo de mi alma, siento desolación. Mi mente no puede discernir cuál es mi deber. Como tu discípulo, vengo a Ti en súplica, en Ti busco refugio; por favor, sé la luz que aparte la oscuridad de mi confusión”.

 

 

En el libro sagrado de los musulmanes, el Corán, la palabra Luz aparece hasta en 54 ocasiones. En el pequeño pero poderoso Bardo Thodol o “Libro Tibetano de los Muertos” la palabra Luz aparece unas 20 veces. No en vano el concepto principal del Budismo sería el de la “IIuminación”; no podemos sustraernos a reproducir uno de sus bellos fragmentos como el que sigue:  

 

“La luz es la energía vital/La llama sin fin de la vida/ Un ondulante y siempre cambiante torbellino de color puede apoderarse de tu visión. / Esta es la incesante transformación de la energía. /El proceso vital. /No temas. / Entrégate a él./Únete./ Forma parte de ti. /Tú eres parte de él”.

 

 

Sin  poder dejar de referenciar a la cultura Egipcia Antigua, llama la atención que uno de sus documentos más emblemáticos, “El libro de los Muertos”, según algunos estudiosos podría haberse conocido como el “Libro para salir al día”, en referencia a “alcanzar la Luz o inmortalidad”.
En la mitología griega La diosa Noche tuvo dos hijos: Éter y Día. El primero ilumina a los dioses y a las capas altas de la estratosfera y el segundo ilumina a los mortales para que puedan ver. En una alternancia continua madre e hija / Noche y Día, dejan que los mortales gocemos del sentido de la vista. Estamos hablando de luz y de mitología griega como preámbulo de las velas; por eso no podemos dejar de mencionar la importancia del fuego en esta maravillosa explicación del origen del mundo:

“Llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad, aprovecharemos la energía del amor. Y ese día, por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego." Pierre Teilhard De Chardin

 

 

Recordemos la escalofriante historia de Prometeo que nos legó Esquilo, y recontó Platón. Ellos nos muestran la importancia del Fuego como elemento imprescindible para la humanidad.  Prometeo fue un héroe que sufrió el castigo de Zeus por robar el fuego para beneficio de los mortales. Algunos simbolistas ven en la apropiación del fuego la metáfora de la necesidad humana de hacerse con las cualidades de los dioses.
El mundo clásico no existe sin la referencia a Roma y también allí encontramos vestigios del reconocimiento indiscutible a la fortaleza ígnea. En Roma se adoraba a Vesta, también llamada Aio Locucio, porque cultivaba el arte de mantener el fuego del hogar y del templo interno. Las vestales eran seis vírgenes que velaban por el fuego sagrado, pagando con su vida si en un descuido se apagaba la llama.
En otro punto de Europa se tienen referencias de celebraciones entorno al elemento que nos ocupa. El Fuego de Bel o de Beltare  (en Galia se habla de Belenus), un rito dedicado al dios de la Luz que celebraban los celtas el primer día de Mayo. Sólo durante este Festival que transcurría alrededor de coronas de flores se permitía apagar el fuego para volver a encenderlo de nuevo de forma ritual. Nunca faltaba la lumbre en los hogares celtas. Se dice que los Druidas eran capaces de realizar lecturas y adivinaciones a partir del humo de las hogueras. Del mismo modo que se celebraba el solsticio de verano, se celebraba el de invierno, momento en que la luz de las antorchas era más importante que nunca, dada la oscuridad de los días y la necesidad del retorno de la bonanza que garantizaba una buena cosecha. En leyendas nórdicas sobre el fin del vacío originario se sitúa a la tierra como producto del choque entre el norte (Niflheim) y el sur, donde moraban los fuegos de Muspellsheim. De entre las chispas causadas por el choque se formaron las estrellas y los planetas.
Si bien no podemos ocuparnos de la totalidad de culturas que dotan de una dimensión simbólica al fuego y a la luz, la referencia a los Upanishad es obligada. En estos  valiosos textos podemos leer: “El rostro de ese Brahma, sentado en medio de la refulgente luz, se encuentra cubierto con una cortina de oro”. De estos textos la gran  teósofa Annie Bessan decía que sólo ellos “…muestran cuán alto puede subir el hombre, cómo la Luz del Yo puede resplandecer a través del vaso de arcilla”.